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AMIGO (abrigo, artilugio contra el frío)

 Hoy me quedé sin tu abrigo amigo, artilugio estoy nevado por el frío de tu ausencia no comentarás nada aquí porque descansas para siempre de esta dolorosa vuelta al sol que nos marcó la sangre la copa del brindis se ha roto se ha vuelto cielo oscuro entre planetas         Hoy tengo frío amigo sin tu abrigo sólo me queda el confort de saber que tu dolor se ha vuelto luz hacia allí vas, a la luz, donde perteneces porque aún aquí en nuestro páramo de sombras eras luz. Te abrazo y me abrigo aquí con el artilugio de tu recuerdo merodeando estos sitios de mis letras.   buen viaje a la luz amigo-abrigo-artilugio contra el frío. a Mario Edelmiro Vasconi y su luz que sigue en alto. https://cuatrobulevares.blogspot.com/2009/07/homenaje-al-maestro-amigo-abrigo.html

Como una sombra dulce- Manuel Castilla











Este trinchante oscuro, 
este espejo callado entre biseles, 
estos leones que nos miran sin ser buenos ni malos 
y ofrecen en sofás, repujados, 
cuernos de una fortuna rebalsante de frutos 
que nunca probaremos; 
esta mesa rayada, huesosa por el uso, 
llena de navidades que se lloran casi angélicamente, 
todo esto, digo, 
viene a mi corazón y lo enternece. 

 Lo pone blando. Se le entraña 
y le asienta de golpe 
la azulina memoria de la infancia. 

Entonces yo camino mi lagrimeante sangre. 
Reconstruyo esos días 
como láminas de oro. 
Cada niño era un astro dulcemente caído. 
Aquel era un bejuco increíble y al aire 
y éste un agua entre álamos 
calcando un cielo viejo. 

Era todo eso. 
Y era también la madre. 
(Un helecho recuerda todavía 
cómo fueron de tenues sus caricias. 
Un helecho de tul que vuelve desde el cielo 
y nos crece sonoro entre pequeños ángeles 
montados y volando sobre un cisne de greda en 
 la maceta). 

Era la madre entonces. 
La de los añonuevos. 
La que nos venía a ver desde sus muebles 
en los que había quedado adormecida 
y por donde vagaban recordándose 
las manos rosas de su casamiento. 

Desde esos muebles hondos 
las almendras con ella; 
desde el júbilo largo, los yaravíes con ella, 
las zambas airosas, con ella. Y más con ella 
la glicina soltando sus crespones de olvido. 
Por allí regresaba. 
Salía de esa madera invisible y palpable 
como una sombra dulce. 
Un recuerdo carnoso, parecía. 

 Un regreso de luz aquerenciada, era. 
Venía desde lejos entre espejos insomnes 
con la suavidad de los cielos dormidos. 

Salía desde sus muebles 
igual que desde un bosque 
labrado por volutas de pájaros. 

Un viajero levísimo, 
un viajero que nunca se nos fue, era ella. 
Por eso es que sentimos que la vida 
nos toca con sus manos todavía. 






 Manuel J. Castilla (del libro Los Poetas que cantan)

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