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Don Abel
Te conocí de niño. Yo le hacía los mandados a mi profe Deonildo; con quien hice mis primeros pasos en la guitarra. Iba a buscar libros de guitarra y otros instrumentos, a lo de "don Cabral", hombre serio, recio, de pocas palabras.
Años después descubriría que tocabas la guitarra y que todo lo que vendías lo conocías por haberlo leído y ejecutado. Recuerdo cuando compré "Las cuatro estaciones" de Piazzolla (transcripción para guitarra), me dijiste:
- Es jodido eso eh!-
Un día llamaste a la puerta de casa, atendí y ahí estabas...
-¿ Está Marcelino?-
Te referías a mi padre, quien se encontraba convalesciente, pues los médicos habían dado un pronóstico desfavorable (que yo ignoraba un poco).
-Sí-
te dije
-Está en cama, pase.-
Charlaste un poco, y miraste mi guitarra que yacía abandonada arriba del ropero. Me preguntaste:
-¿Esa guitarra es tuya?-
-¿Me la prestás un rato?-
-Sí, claro!, te dije un poco sorprendido.-
Y ahí empezó el concierto. Luego de que te limaras las uñas con una caja de fósforos Ranchera.
Y empezaste a tocar... y pasó una hora, y pasaron dos. Clásicos, tango, folklore... no mediaban palabras, sólo música y aplausos de un público de tres: mi padre en la cama, mi madre sentada en la cama y yo.
Terminó el concierto y simplemente dijiste:
-Bueno Marcelino, ¡espero que te mejores!-
-¡Gracias!-
dijimos los tres.
Varios años después, quizá ya estarías jubilado, te encontré en el Conservatorio asistiendo a clases de guitarra. Seguías estudiando.
Tengo entendido que a mi padre le habían diagnosticado poco tiempo más de vida, quizá meses.
Pasaron los años, tanto como veinticinco desde aquel concierto, y mi padre murió.
Un día empezamos a recordar con mi madre, la Ñata, acerca de aquel día. Solamente nos encojimos de hombros, y no dijimos nada. Quizá pensamos la palabra ¡Gracias!, por aquel mágico concierto, de entrecasa y de entrecama.
Y hoy, unos años después, de que mi madre, la Ñata, ya tampoco esté, te vuelvo a decir ¡Gracias! por aquella música que logró dos cosas de a poco: yo volví a tocar la guitarra, seguí yendo a comprarte libros (no sólo de guitarra), trabajé con ella en la música, y hoy jubilado, sigo con ella; y Marcelino, mi padre siguió con nosotros veinticinco años más.
¡GRACIAS DON ABEL!
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